sábado, 28 de agosto de 2010

Dos fragmentos de Mortal y Rosa, de Francisco Umbral.

Se pierde lo rubio del pelo como se pierde lo rubio del alma, el estofado de oro con que nos decoró la vida en un principio. El pelo duda hasta quedar en un castaño mediocre, a los ojos, todo marrón corriente, que es el color de los que no vamos a llegar nunca a nada. Era mi pelo rubio trigal por donde pasaban palomas femeninas como manos, vientos de primavera, ráfagas, y hoy sólo pasasn peines tristes, y el rastrillado de las ideas que un día me alborotó la cabellera de metáforas, y que hoy me va dejando la cabeza como un campo sembrado, roturado, hasta que vuelven a ser jardín salvaje. Porque uno empieza queriendose hacer un peinado ideológico irreprochable, y se tarda en llegar al saludable abandono de la peluquería y la jardinería. Con un jardín salvaje por cabeza es como más libre se va por la vida.




(...) Otro accidente diario es la erección innecesaria, agresiva y ostentosa que padece uno después de varias horas de cama. No habría en el mundo destinataria digna de tales erecciones.
Este alarde eréctil va dirigido contra la nada, contra una mujer inexistente de sombra y sueño, vano fantasma becqueriano de niebla y luz. Es la prepotencia sin deseo, la pura mecánica del sexo que descubre en mí lo que tengo de émbolo, de máquina y de antropoide. Con una mujer delante, todo sería de dimensiones humanas, correcto, eficaz y razonable. Así, no es sino un último alarde innecesario de la selva que me habita, una naturaleza descalabrante, una barbaridad. A este mecanismo que responde solo, a este juego de palancas le hemos puesto literatura, matices, alejandrinos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...
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